Hace unos días los medios de comunicación locales informaban que un candidato a las próximas elecciones municipales había iniciado un blog. Era el primero, se resaltaba, que adoptaba este procedimiento para comunicarse con sus posibles lectores. Por curiosidad visité su blog. No pude leerlo completo y sólo tenía dos o tres entradas. Pero es que contenía un montón de faltas de ortografía. No puedo resistir un texto que contenga faltas de ortografía. Su redacción tampoco era buena. Es una manía generada en mis tiempos de profesor de lengua y literatura castellanas con estudiantes de los primeros cursos del antiguo bachillerato. Tampoco resisto los mensajes de los jóvenes. Estoy convencido de que es una exigencia primera y fundamental de la escritura el que esté hecha ortográficamente correcta. Las faltas de ortografía demuestran la poca base que tiene nuestra enseñanza, lo poco que leemos, que no escribimos nada. Y ahora en cualquier sitio que escribas cuentas con un corrector ortográfico que te ayudará.
Lo siento, amigo candidato, pero no soy capaz de leer textos con faltas de ortografía. ¡Perdón por si se me ha escapado alguna a mí!
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