miércoles, 2 de diciembre de 2009

¿Sobrevivirá la Iglesia Católica? La nueva laicidad

Me he encontrado la siguiente reflexión en HISTORIAS DE BUDISMO. Porque me parece interesante y aprovechable para la sociedad española la traigo aquí. No quiero decir con ello que esté de acuerdo en todos los puntos.



El cardenal Angelo Scola se ha presentado ayer en el Corriere della Sera vestido de ciudadano normal, reivindicando para la Iglesia el derecho a proponer su visión de “vida buena” en el ámbito político e invocando un pacto con los no-creyentes por una “nueva laicidad.” La concepción de las relaciones entre Estado e Iglesia que inevitablemente deriva de las palabras de Scola la hallamos en el modelo americano de religión civil, ya apreciado por Ratzinger y Ruini. Libertad de expresión y acción sin límites de las iglesias en la sociedad y en la política; ausencia de legislación y lógica concordataria en las relaciones con el Estado. Mientras sobre el primer aspecto se agrupa la ofensiva por una “nueva laicidad”, justo este segundo aspecto del problema se le escapa a Scola y sus superiores…

Dice Scola: “el Estado no puede pretender doblegarme a una idea de neutralidad en que las subjetividades personales y las de los cuerpos intermedios no se expresen. El Estado tiene que garantizar que estas subjetividades no tengan privilegios, pero sería un “diminutio” de la densidad democrática pedir a alguien de no imponerse democráticamente la misma posición.”

Ante todo, el Estado no debería garantizar privilegios a la subjetividad-iglesia, a mayor razón a la Iglesia actual, cuya forma jurídica no es la de un cuerpo intermedio, sino de un Estado soberano. Si la elección de la Iglesia fuera la de una conducta a-concordataria seríamos los primeros en acogerla. Pero una Iglesia que combate su batalla en el libre mercado de las ideas, exponiéndose abiertamente al riesgo del juego democrático, de ser minoritaria, como ocurre en los Estados Unidos y en todas las sociedades con pluralidad de confesiones, no puede, al mismo tiempo, gozar de un régimen de proteccionismo concordatario, que le asigna privilegios y beneficios debidos al hecho que ella es la religión de los italianos/españoles. La casilla de la declaración de renta y el papel de los enseñantes de religión son sólo los primeros de una larga serie de privilegios.

La Iglesia debería renunciar a la forma-Estado (cierto que manteniendo sus propiedades sobre el suelo italiano/español) y aceptar la libre competencia de otras religiones, exactamente como en el libre mercado las empresas compiten entre ellas para adjudicarse los clientes. ¿Cómo conciliar de otro modo la reivindicación de derechos en democracia reconocida a cada cuerpo intermedio de la sociedad con la actual forma de Estado soberano asumida por la Iglesia?

Los temas de la renuncia a los privilegios concordatarios y a la forma-Estado vienen totalmente y constantemente ignorados por las palabras de los purpurados y el Papa sobre la “nueva laicidad.” ¿Queréis la bicicleta? Entonces tenéis que pedalear solos. El modelo americano de separación se ha demostrado históricamente capaz de tutelar sea el Estado de las injerencias de las religiones, sea las religiones de la injerencia estatal, en un país dónde hoy muchos ven el renacimiento de un alto sentido de religiosidad.

La ‘nueva laicidad’ vaticana proclama: “el Estado laico, después de la comparación entre las partes y después de que el pueblo soberano se ha expresado, es tenido a asumir el resultado”… Yo digo mi idea, tú la tuya; el pueblo juzga cuál es la mejor y el Estado laico la asume. La democracia me parece que funciona así.”

Y no, querido cardenal. No funciona así. Nosotros, laicos, no nos las tenemos así con la religión, por antojo, sino contra cualquier idea de Estado ético, y de ley cuya función sea “educar.” Decimos no al Estado ético, aunque prevalga democráticamente la ética de una parte mayoritaria del país. El principio de laicidad en el XIX se caracterizó como límite a la injerencia de la religión en los asuntos del Estado, en una época en la que aún era la religiosa la única propuesta ética traducible de modo coherente en términos políticos.

Nuestra laicidad ya es “nueva”. Precisamente el siglo de las ideologías del que hemos salido, el XX, nos ha enseñado que la laicidad, esta “nueva”, no se contrapone a la religión, sino a cualquiera pretensión, confesional o ideológica, de monopolizar la ética pública, negando iguales dignidades morales a otras visiones ética de la vida. El derecho tiene que limitarse a un mínimo ético dentro de la sociedad. No quiere decir indiferencia a principios y a valores, pero sí renuncia al empleo autoritario del derecho, localizar sus límites y la dimensión propia de la ética. ¿La Italia fascista o el Irak de Saddam Hussein, fueron quizás laicos? Para algunos sí, en cuanto su poder legal no se basó en una confesión religiosa. Pero es de veras laico sólo el Estado que no asume por ley alguna visión ética. Y ciertamente, no sobre temas como la familia, el sexo o la ciencia, y en general no atribuye a las leyes, al derecho positivo, función alguna “educativa”. Pretendidas éticas o educativas del derecho deben ser rechazadas, provengan ellas de la Iglesia, de los partidos, o de cualquier ciudadano normal que exprese su ética “buena.”

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